¿Cambiar? Lo uno por lo otro y al final lo mismo.

Uno siempre está cambiando, en movimiento, en evolución. Hasta el mínimo detalle hace la diferencia a veces, como cambiar el sonido de tu alarma de todos los días por uno diferente; hasta cómo un día, de pronto, asomas la mirada por la ventana y ves que en tu jardín hay un montoncito de tierra que nunca habías notado y en un instante ya se te ha hecho tarde para ir al trabajo. Nos movemos de aquí a allá, de adentro a afuera y de hoy (éste instante), al mañana en el que nadie es lo que era.

Si me pongo a pensar, no es tan fácil aceptar que ya no eres el mismo de antes o que las personas que conoces no te ven como lo hacían. Vaya que es difícil, porque parece que somos los mismos metidos en el cuerpo de otro, de alguien que no existe aún y vamos dándole forma con nuestros pensamientos y nuestra interacción con el mundo. Así que tal vez el tiempo es una especie de camino circular, una rotonda que andamos una y otra vez cambiando nuestro cuerpo, piel, huesos y carne de un recipiente a otro hasta que el espíritu se cansa, y al final solo queda nuestro mas puro ser, el alma. Esa no cambia, al menos no tanto como lo hace la materia. 

El tiempo nos lleva sin cansancio en un saco a cuestas, nos arrastra por el suelo desgastandonos de a poco, mellando el envoltorio en el que estamos abrazados y dejando claro que las cosas no son las mismas que han sido siempre. El ser arrastrados y ser víctimas activas de la abrasión nos renueva, nos pule y da un poco de brillo. Ese tiempo ingrato que nos lastima también nos alienta y da esperanza.

Se siente bien cambiar. Nos renueva. Nos libera.

Deja un comentario